La resiliencia de la profesión docente


23 Feb, 2021

Que los docentes han estado y siguen estando a la altura de las circunstancias, en un escenario tan complejo como el que estamos atravesando, ha quedado patente y no creo que se albergue duda alguna.

Desde nuestro máximo respeto y admiración a los profesionales del ámbito sanitario, los docentes también hemos asistido a situaciones muy difíciles donde un confinamiento o cierre perimetral de la localidad, unido al cese de toda actividad no esencial no ha sido obstáculo alguno para mantener los centros educativos abiertos en modalidad presencial, circunstancia que ya no nos sorprende al no constituir lamentablemente a estas alturas ninguna novedad, con el consiguiente riesgo que ello supone para la salud, tanto del alumnado como del profesorado.

La Real Academia Española de la Lengua define “resiliencia”, en el caso de los seres vivos, como “la capacidad de adaptación frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”. En el ámbito educativo existen numerosos estudios acerca del efecto protector que la resiliencia genera en el proceso de aprendizaje de nuestros alumnos, al favorecer el desarrollo de competencias sociales, académicas y personales que permiten al estudiante sobreponerse y salir fortalecido ante situaciones adversas. En este contexto, recae en el profesorado la tarea de saber gestionar los factores de riesgo y protección presentes en su alumnado, de forma que pueda actuar como facilitador de los procesos de resiliencia entre el mismo. Pero, centrándonos en el docente, quién le protege? quién le ayuda o guía ante la adversidad?.

La respuesta a estas preguntas no resulta tarea fácil, si entendemos la resiliencia como la capacidad de superar cualquier adversidad, saliendo reforzado de la misma, consiguiendo transformar lo negativo en positivo y las adversidades en oportunidades, podemos afirmar que los docentes somos resilientes por naturaleza. Si nos ceñimos al trabajo en sí, a la práctica en el centro educativo, el docente se enfrenta en ocasiones a un ambiente, clima en el aula o del centro escolar, que no es precisamente el idóneo, motivado a veces por una ratio excesiva, mala conducta por parte del alumnado, alumnos con trastorno de conducta, problemas de convivencia o incidentes protagonizados por los padres o familiares, etc. Todo ello figura reflejado en el informe anual que de forma periódica presenta el Defensor del Profesor de ANPE, desde hace ya quince años que se creó dicho servicio. Si a las dificultades propias de la labor docente, unimos las circunstancias personales como su estado de ánimo, autoestima y otras, la situación ciertamente se agrava y repercute en el desgaste personal, dificultando una buena labor docente.

Por ello, es necesario de una vez por todas cambiar la estrategia, cambiar el mensaje a la sociedad en general. No podemos seguir asistiendo a luchas políticas encarnizadas que hacen uso de la Educación como arma arrojadiza que sitúan en ocasiones al profesorado en el foco de atención mediática de forma interesada.

Lamentablemente, de forma más o menos periódica, salen a la luz informes o estudios que cuestionan el rendimiento, salario, desempeño, etcétera, del docente, y siempre de forma interesada para justificar una bajada o congelación retributiva y así ocultar o desviar la atención sobre una mala gestión económica del Gobierno de turno. Acordarse de los funcionarios como colectivo, cuando las vacas vienen flacas, resulta un recurso fácil y recurrente para desviar la atención ante la incapacidad o desatino de la propia gestión de turno.

Hay quien afirma que la Educación en España se salva gracias al optimismo vital, la resiliencia que presentamos los docentes. Eso puede explicar cómo la Educación en nuestro país no se ha derrumbado, a pesar de soportar un número considerable de leyes educativas junto a sus correspondientes desarrollos normativos asociados a las mismas, y extrapolado e irradiado a las Comunidades Autónomas. En definitiva, un galimatías jurídico y normativo que arroja incertidumbre e inestabilidad y donde, asociado a un cambio de Gobierno o ciclo político, aparece un cambio de Ley de Educación. Y lo que resulta mas grave, con ausencia del consenso necesario que aporte estabilidad y perdurabilidad en el tiempo. Las dos últimas leyes educativas son buen ejemplo de ello.

A pesar de todo, la Educación no ha sucumbido: sigue latente. El profesorado se ha adaptado a un escenario novedoso, en tiempo récord, y ha sido capaz de responder con celeridad y acierto, en muchas ocasiones sin la más mínima ayuda, logrando que el proceso educativo siga su curso en las mejores condiciones posibles para nuestros alumnos, en tan adversas circunstancias. Por ello, esta pandemia, esta pesadilla, ha de traducirse en un punto de inflexión. Nuestros representantes políticos han de tener la altura de miras necesaria para lograr un consenso, o al menos un acuerdo de mínimos que arroje estabilidad y perdurabilidad en el tiempo a nuestra Educación.

Los docentes somos resilientes, pero no podemos convertirnos en mártires del despropósito. Abandonemos, por tanto, las ideas peregrinas. No se soluciona el problema de la repetición eliminando el Título de Graduado en ESO, no se mejora ni se potencia la formación de nuestro alumnado facilitando y aumentando el número de asignaturas suspensas a la hora de promocionar o titular: ese no es el camino. Flaco favor le hacemos a nuestros alumnos y alumnas, cuando la sociedad les va a demandar solidez y fortaleza.

Estamos a tiempo. Como punto de partida, la reciente entrada en vigor de la nueva Ley de Educación, la LOMLOE, nos da la oportunidad de demostrar si existe una verdadera voluntad de cambio. ANPE ha exigido una Mesa de Negociación al Ministerio para tratar los aspectos que recoge la LOMLOE que afectan al profesorado. Fundamentalmente, los recogidos en la Disposición adicional séptima en relación a la normativa sobre el desarrollo de la profesión docente. No dejemos pasar esta oportunidad. El futuro de nuestros jóvenes merece que quienes han de tomar las decisiones a nivel político estén a la altura de una vez por todas. En ANPE, seguiremos trabajando, como venimos haciendo desde hace más de cuarenta años, por mejorar nuestra Educación y las condiciones sociolaborales del profesorado, desde una resiliencia que, como docentes que somos, no nos va a faltar.

José Francisco Venzalá González, vicepresidente nacional de ANPE